sábado, 2 de junio de 2012

PÁGINAS URUGUAYAS - UN RELATO DE NAPOLEÓN BACCINO


UN RELATO DE NAPOLEÓN BACCINO
Escribe Walter Ernesto Celina

PROPÓSITO
Páginas Uruguayas se incorpora como una sección de la columna Gardelianas, que he destinado a la difusión de la vida y los valores de la obra de Carlos Gardel.
Ahora se trata de incorporar a la consideración de los analistas un conjunto de reflexiones, aportes testimoniales, memorias, estudios y conclusiones formuladas por investigadores, historiadores, periodistas, escritores y, en fin, personalidades de la cultura, las que han vertidos sus saberes sobre el excepcional creador e intérprete, anclado de modo vivo en el alma latinoamericana.

EL AUTOR

Napoleón Baccino Ponce de León (Montevideo, 1947), escritor, crítico literario, columnista, docente titulado e investigador. Su novela Maluco - La historia de los descubridores (1989) obtuvo el galardón de Casa de las Américas, La Habana, siendo traducida a varios idiomas. Le pertenecen Un amor en Bankog (1994), Aarón de Anchorena. Una vida privilegiada (1998) y El regreso de Martín Aquino (2003). Notas suyas están registradas en Jaque, Cuadernos de Marcha y El País.

DE ESO NO SE HABLA
Napoleón Baccino (fragmento)
“Los amores adúlteros de Cecilio Iglesias con una francesa que conoció en La Rosada de Tacuarembó, es uno de los secretos más celosamente guardados de la historia familiar.
El escándalo  puso en marcha como pocos, esa implacable forma de censura familiar que se resume en la terrible sentencia: “De eso no se habla”.
…………………….
El escabroso episodio fue consecuencia indirecta del afán progresista  y de la mentalidad de pionero de mi bisabuelo.
Cecilio no lograba convencer a los gobiernos de la época ni a las demás “fuerzas vivas” de la zona, de la necesidad de construir una represa en el río Uruguay, a la altura del Salto Grande.
Su idea de atraer frigoríficos ingleses y crear de ese modo un polo de desarrollo industrial, independiente de Montevideo y de Buenos Aires y que dinamizara la región por encima, incluso de aquellas fronteras que él consideraba absurdas, no fue comprendida en su verdadera  dimensión por sus contemporáneos.
Sus únicos aliados en la ardua y estéril batalla por el progreso fueron, hasta donde se sabe, aquel comerciante de ramos generales de Quaraí, apellidado Onetti y un tal Escayola, poderoso hacendado y singular figura política de Tacuarembó.
El coronel Escayola -así se refería a él mi bisabuelo, ignorando los rumores que decían que  había recibido el grado por designación directa-, poseía estancias en casi todas las secciones judiciales del vasto departamento, había sido Jefe Político de Tacuarembó por tres períodos consecutivos, durante los gobiernos de Santos, Tajes y Julio Herrera y Obes, y era famoso por su agitada vida sentimental y su fama de seductor.
En verdad, el coronel Escayola tenía sus excentricidades en este aspecto.
No sólo se casó y enviudó tres veces, sino que sus tres esposas eran hermanas entre sí.
Sin embargo, a pesar de su evidente apego y extraña fidelidad a las Oliva: Clara primero, Blanca luego y finalmente Lelia, el coronel era tan enamorado que testimonios de la época le atribuyen cincuenta hijos naturales, incluyendo a Carlos Gardel.
El Mago, como lo han demostrado algunos gardelianos ilustres como Erasmo Silva Cabrera (Avlis) y Nelson Bayardo desde las páginas de este mismo diario, sería hijo del por entonces Jefe Político, con Lelia, quien en esos años era todavía su cuñada y, para colmo, menor de edad.
Deslumbrado por la desbordante personalidad e insospechable vitalidad de Escayola, mi bisabuelo pasaba por alto las diferencias políticas que mantenía con el coronel, -de joven había estado en la toma de Paysandú-, hacía oídos sordos a las críticas de sus adversarios y no ocultaba su admiración por aquel personaje a pesar de la pésima opinión que mi bisabuela tenía de él.
A su juicio, los nueve años de administración comunal de su amigo habían sido casi ejemplares, tanto por su honradez tanto como por la gran cantidad de obras públicas realizadas, incluyendo el imponente teatro que llevaba su nombre.
Ni siquiera los cincuenta tálamos de sus hijos, esperanza de numerosísima prole de aquel Príamo norteño, con ser una muestra de vigor contundente, le impresionaba tanto como eso de tener un teatro de su propiedad.
El mismo Cecilio fue testigo de los trabajos que demandó aquella construcción, en todo comparable con la audacia y esplendor de la Ópera de Manaos.
El proyecto, realizado por el francés Víctor L’Olivier, director de la Compañía Francesa del Oro -personaje también vinculado indirectamente a Gardel, ya que fue gracias a él que llegó a Tacuarembó la polémica Berthe Gardès, la “planchadora” que crió al fruto de los amores ilícitos del coronel con su cuñada-, fue ejecutado por la empresa de don José Mazzuchelli.
Tres largos años insumió la construcción de la compleja estructura, respetando al pie de la letra las sutiles disposiciones en materia de acústica y demás requerimientos específicos de la sala.  Y otros tres la tarea de vestirla y alhajarla.
El inaccesible enclave de la, por entonces Villa de San Fructuoso, alejada de las vías marítimas y sin ferrocarril, dificultaron especialmente la faraónica empresa.
Los materiales, incluyendo los mármoles de la entrada, del hall y del vestíbulo, las butacas de la platea, las sillas de los palcos, todas estilo Luis XVI y tapizadas en terciopelo púrpura, los pesados paños destinados a forrar el interior de los palcos, las barandas y los corredores principales, los inmensos telones y complicados dispositivos, la plataforma elevada para simular la aparición o desaparición de los personajes -el coronel se empeñó en que su teatro contase con aquel artificio que lo deslumbraba con sus posibilidades-, las luces, los telares y hasta los bastidores con sus nubes rosadas, sus picos nevados o sus lunas llenas; toda la compleja y portentosa maquinaria que es un teatro, llegó en tren a Paso de los Toros, estación final del ramal que explotaba la Midland Uruguay Company, y desde allí fue transportado en carretas tiradas por bueyes hasta Tacuarembó.
Mi abuelo, interesado en asegurarse el apoyo del poderoso Escayola, ……………………. prestó varias de sus carretas y algunos de sus mejores hombres para que todo aquel lujo proveniente de París, llegara a la remota “California del Sur”.
Fue precisamente una de sus carretas la que al intentar vadear el arroyo Malo, en medio de una gran crecida, a la altura de paso de Furtado,  fue arrastrada por las aguas con su preciosa carga: la araña de cristal de Baccarat destinada a dar mayor esplendor a la sala, a llenarla de luz, a colmarla de reflejos, a encandilar al público con su brillo, superior al del oro.
Inmóviles en medio del mezquino paisaje invernal, los hombres contemplaron mudos cómo la fuerte correntada les arrebataba uno a uno los cajones que contenían desarmada, la enorme joya, para siempre perdida. Fue como si una gran luz se apagase en el interior de cada uno.
Sólo se oía el fragor de las aguas y el tintineo de los cristales flotando en su tumba de madera.
Mi bisabuelo se sintió responsable del desastre e insistió en reponer la fabulosa araña a pesar de la tenaz oposición de su mujer que dejó de hablarle por el resto de sus días.
-Ese hombre te llevará por mal camino y nos conducirá a todos a la ruina -profetizó María- aludiendo a Escayola.
…………………….
Sin embargo, ése no fue, como se verá en la próxima entrega, el peor de los males que acarreó a la familia su relación con el coronel Escayola, ya que fue en su compañía y en el cabaret “La Rosada”, entre copa y copa de champagne, que conoció a aquella actriz francesa por la que perdió la cabeza e hizo tantas tonterías, que sus descendientes se empeñaron en negar su existencia hasta ahora.”
(Fuente: Archivo Aníbal Barrios Pintos – Edición “El País” 24.07.1994)

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