domingo, 29 de abril de 2007

GARDEL: ARTÍFICE DE LA PALABRA

Recuerdo, como un momento imborrable, el tiempo en que ingresé, por primera vez, a un taller de imprenta a corregir unas pruebas tipográficas.
Se trataba de los artículos que habrían de editarse en el periódico estudiantil “Cumbres”, que en las postrimerías de los años 40 publicábamos en el Liceo Departamental de Soriano, en la ciudad de Mercedes.
Cada periodista guarda en sí la hora de su entrada a una redacción, por lo que antes -menos ahora- suponía, asimismo, familiarizarse con el centro técnico en que operarios especializados habrían de dar forma a los textos.
En un rincón de mi intimidad conservo un especial afecto para aquellos trabajadores que en sus rostros, muchas veces, llevaban huellas de tinta fresca y en sus manos atesoraban la cajuela sobre la cual colocaban, uno a uno, los tipos con los que formaban cada palabra redactada.

¿A qué vienen estas referencias tan personales?

En un blog que en Internet difunde la investigadora argentina Martina Iñiguez, sobre el oficio de tipógrafo que abrazó Carlos Gardel en su adolescencia, se publica una notable fotografía de “El Mago”, visitando los talleres de compaginación de “El Diario”, de Montevideo.
El hecho ocurrió en la mañana del 19 de setiembre de 1933. Gardel luce frente a una mesa de armado y examina algunas de las letras usadas por el rotativo.
La composición gráfica denota el interés con que el protagonista observa el material, de seguro, mucho más avanzado que el que conociera en la imprenta de “El Heraldo”, de Buenos Aires, en la calle Florida. Esta no era otra que la gráfica Cúneo, comercialmente conocida como “Au bon marché”.

La nota de pie de “El Diario” juega al símil con el vocablo “letra”, para atribuirle al visitante: “Aunque piensa que los tipos de una imprenta no son como los que engarza en sus canciones…”
Claro, ahora se trataba de otras letras, revestidas con la belleza de la música.
Se hace necesario decir que los talleres de impresión han sido un formidable y silencioso reservorio para la difusión y pugna de las ideas, alimentando la cultura y la evolución constante del pensamiento.

Al privilegio de cantar, y de hacerlo creando las melodías que dan fisonomía al Río de la Plata, Gardel incorporó a su currículo, sin proponérselo, el galardón de ser, también, en algunos momentos de su vida, un obrero en el laboratorio de ideas que se esconde en una casa de impresiones.
El vocablo tipografía procede del griego y yuxtapone los términos “forma” y “escribir”, lo que viene a expresar la técnica -y el arte- del manejo y selección de piecitas hechas en plomo, para crear ediciones. Significado bastante moderno, que alude pues, a la colocación de letras y distribución de espacios para producir un texto.
Los procesos de impresión por unidades móviles de metal (caracterizados como de “tipografía” o de “imprenta”) vienen de 1448-50, cuando fueron ideados por Johannes Gütemberg, inventor de la caja tipográfica y la prensa.
La revolución de los medios gráficos y las técnicas de computación fueron dejando atrás estas modalidades, aunque sin matarlas totalmente.
Unos procedimientos sustituyen a otros pero, en rigor, todos coadyuvan a la expansión del conocimiento humano y la cultura.

Carlos Gardel tuvo el privilegio de asistir a un establecimiento con personal calificado, desde donde se servía a la comunicación de su época. Y, casi como un predestinado, pudo luego, alzar su voz para enriquecer las voces de su pueblo y abrir un cofre de sonidos armónicos. Le correspondió embellecer el lenguaje común y lo transformó en una cadena de estrofas vivas, imperecederas.

Su primitivo oficio y su arte se conjuntaron en el plano profundo del saber colectivo.
Eximio de la comunicación, conocía los duendes que albergan las imprentas como reproductoras de la palabra inteligente.

Es posible que, en aquella mañana del 18 de setiembre de 1933, Carlos Gardel reviviera el instante de su ingreso al mundo mágico de las tipografías, esos lugares en que los vocablos adquieren señorío.

waltercelina1@hotmail.com

TIPÓGRAFO EN BUSCA DE SU DESTINO

En el próximo pasado mes de octubre, la investigadora argentina Sra. Martina Iñiguez dio a conocer el trabajo “Carlos Gardel ¿tipógrafo de tradición familiar?” : http://gardeltipografo.blogspot.com/

Iniciando su nota, toma la afirmación de Rodolfo H. Pérez, quien en el libro titulado “Ese uruguayo llamado Carlos Gardel”, manifiesta: “Nadie, serenamente, puede sostener como verdad inconmovible que Gardel nació en 1890. Son demasiadas las constancias que presumen una fecha muy anterior a la que surge del acta de Toulouse.” (Se trata de la partida de nacimiento de la persona Charles Romuald Gardes, referida en el testamento ológrafo, en que Carlos Gardel testa a favor de Berthe Gardes).

Y, seguidamente anota la Sra. Iñiguez: “Si Gardel hubiera sido el niño francés, no habría sido necesario recurrir a testigos falaces para demostrar su francesismo; de haberlo sido, esa verdad se hubiera impuesto por sí sola, con la fuerza de los hechos, como se va imponiendo, poco a poco, su origen tacuaremboense, a pesar de los denodados esfuerzos de obcecados, desinformados o ingenuos.”


Pero ¿qué tiene que ver esto con el oficio de tipógrafo de Carlos Gardel?

En general, se trata de la conformación de una visión que muestra vínculos no sospechados del ámbito familiar del cantante y, en particular, de adulteraciones en la historia contada por personas que conocieron a Gardel.

Una de las versiones falaces es la que brindara el Sr. Esteban Capot, a tres días de la muerte de El Mago. Sostuvo, en efecto, que le había conocido en Toulouse, para afirmar, también, que Gardel fue tipógrafo de oficio.

En su prolija pesquisa, Iñiguez reveló -examinando antecedentres migratorios del CEMLA- que Capot llegó a Buenos Aires el 15 de mayo de 1889, un año y medio antes del nacimiento que los francesistas dan de Gardel, esto es, en diciembre de 1890...!
http://www.geomundos.com/cultura/gardeloriental/carlos-gardel-y-la-verdad-sobre-esteban-capot_doc_1808.html

Surge aquí un elemento demostrativo de la alteración en que incurre la denominada “historia oficial”, además de otras evidencias.

Registro de la entrada de Esteban Capot y su madre el 15 de mayo de 1889

¿Cuáles?
Esteban Capot indudablemente conoció a Carlos Gardel, aunque no del modo declarado. De sus manifestaciones se desprenden elementos interesantes.
El 1° de julio de 1960 la Revista “Platea” lo interroga, preguntándole si “El Zorzal” tenía alguna profesión.
Hace aquí dos afirmaciones. La primera, reiterativa de otras anteriores, en el sentido que “era tipógrafo”. La segunda, que trabajaron juntos en la Imprenta Cúneo, llamada “Au bon marché”, ubicada en Florida y Cordoba, Buenos Aires.

La Sra. Berta Gardes anotó que cuando Carlitos “no quiso estudiar más” lo ocupó “en diversos oficios”. Uno de ellos, el de “tipógrafo”.

Cuando Gardel, en 1904, es detenido en la localidad de Florencio Varela, se declara “tipógrafo”.

Martina Iñiguez trae a colación la obra de Susana Cabrera “Los secretos del Coronel”, en que la autora, recogiendo testimonios tacuaremboenses, recuerda que el cantor habló con Don Carlos (Escayola) para “pedirle ayuda”, oportunidad en que el coronel accedió a emplearlo con su cuñado, Clelio Oliva “en la imprenta”, donde se le enseñaría el oficio.

A los señalamientos precedentes se van sumando nuevos y muy preciosos datos, que la investigadora desarrolla y que son operativos a los fines de esta reseña.
“El Diario”, de Montevideo, edición del 19 de setiembre de 1933, publica una foto de Gardel en el taller editorial, bajo el título “Una vez fue tipógrafo” y, al pie, los siguientes conceptos:

“Aunque piensa que los tipos de una imprenta no son como los que engarza en sus canciones, Carlos Gardel los examina con detenimiento. Se acordó esta mañana de cuando, hace años, era parador de letras en “El Heraldo” de Buenos Aires.”


Erasmo Silva Cabrera (Avlis) en su “Alegato por la verdad”, citando a Esteban Capot, hace presente su testimonio en cuanto que había trabajado con Gardel en la Imprenta Cúneo, donde se editara “El Heraldo”, el que comenzó a aparecer en 1904.
Los antecedentes de las actividades de la gráfica tacuaremboense son examinados por la estudiosa argentina con amplitud, para probar que la familia natural de Gardel estaba íntimamente asida al oficio de la tipografía, como a la difusión informativa.

“El Heraldo”, de Tacuarembó, fue fundado por Carlos Escayola el 1° de febrero de 1886, en el apogeo de su poder caudillesco. Su director era Clelio Oliva, hermano de María Lelia Oliva, presunta madre biológica de Carlos Gardel. El periódico se definía como “Colorado, noticioso y comercial”, estando en correspondencia con su homónimo de Buenos Aires, donde el cantante ocupara una plaza en los talleres.

Iñiguez establece las concordancias de tiempo y lugar por las que se relacionan las actividades empresariales familiares, concluyendo, entre otros aspectos, que se está en presencia de “una familia de tipógrafos”.


Las indagatorias tienen una amplitud mayor.
Su importancia radica en la aproximación lógica de elementos y en la elaboración de un discurso racional que, a falta de otros testimonios, permite exhibir una construcción coherente con toda otra serie de capítulos que hacen a la historia verdadera -“no oficial”- del Carlos Gardel uruguayo.


waltercelina1@hotmail.com

viernes, 27 de abril de 2007

NOMBRES FEMENINOS EN LA VIDA DE GARDEL

A su muerte Carlos Gardel trocó las preseas de su fama por el laurel de la gloria.
Desde el sitial, casi único, que alcanzó en la constelación de los ídolos hispanohablantes del canto, proyectó su nombre a la galería de los grandes artistas del siglo XX, penetrando con inigualada frescura al actual.

Su voz no se apaga. Vive. Continúa cantando en la dimensión de la cultura rioplatense, de la que es hijo predilecto. Transita con inacabable fuerza por los países latinoamericanos que capturaron su mensaje y lo ungieron con la estatura de uno de los inmarcesibles.
Los destellos de su personalidad afable, segura, triunfadora y humanísima lo situaron como al margen de cualquier vicisitud personal, que él -con grandeza singular- reservó a los planos más íntimos.

Cuando el Zorzal Criollo le hace un guiño a la muerte en los campos de Medellín, sería sólo para seguir creciendo en la memoria popular. Esto es, en todos nosotros.
En primer lugar, para darnos el halago de su arte. En segundo término, para dejar florecer, al pie de su pedestal, renovados mitos y leyendas.
Los unos, sucediéndose como fruto de la imaginación de la gente sencilla, que espanta el acre dolor de la muerte. Las otras, gestadas -casi siempre- bajo cálculos de réditos de publicaciones sensacionalistas.

Así, se ha continuado hablando que Gardel logró sobrevivir al accidente de aviación; que surgiendo diferencias entre los ocupantes de la aeronave, fue un disparo de revólver la causa del luctuoso episodio, y no los súbitos vientos arrachados de la zona los que cruzaron la pista en el acto del despegue.

Entre las leyendas de fondo denigratorio está la que Gardel, tras su masculinidad, mantenía una cara oculta. Para esta versión, deformadora de la verdad única, el Mago no habría cultivado relaciones femeninas…




Estudios de la correspondencia de Carlos Gardel con amigos directos dan un mentís rotundo a la especie, así como testimonios de empresarios, colaboradores artísticos y manifestaciones de mujeres que convivieron con él.






Con Isabel del Valle mantuvo una relación continuada, cohabitando en Rincón 137, Buenos Aires.

En su Tacuarembó natal forjó lazos con Laura Medeiros y con una prima suya, de la familia Escayola.

Al inicio de la actividad del dúo con Razzano, se ligó en Buenos Aires a Margarita Pretera, afincada en la calle Granada.
En 1917 se unió a Elena Fernández, quien actuaba en el Royal, de Montevideo. Dentro de los amores que mantenía en esta ciudad están los que cultivara con mujeres de la calle Yerbal, donde gozaba de fama.
En el capítulo montevideano se rescatan los nombres de una tal Teresita, afincada en el Barrio Sur, y el de Magali Herrera.
En Barranquilla, Colombia, antes de su fallecimiento, tuvo un incidente en una casa de citas con Carmen Pájaro, apodada la “Yegua Blanca”.
Mona Maris, compañera de filmaciones, manifestó de modo concluyente: “Tenía (Gardel) una atracción animal irresistible”.



En la lista de los amores gardelianos están la vedette española Perla Grecco, Ivonne Guitry, Andrea Morand y Gaby Morlay.


Imperio Argentina lo habría recusado, entre otras razones, porque con ella el cantor mantenía disputas relacionadas con la popularidad profesional.
Dos cubanas -que habían formado parte de sus vínculos neoyorkinos- se suicidaron al conocer la noticia de la muerte del intérprete rioplatense. Otras, como Suncha Gallardo, de Puerto Rico, y Estrella del Rigel, bebieron veneno.

En París y Niza, levantó tormentas con la renombrada -y acaudalada- Mademoisselle Wakefield.
Para el empresario colombiano Nicolás Díaz, el famoso cantante uruguayo-argentino era un “mujeriego incorregible”.

La leyenda negra anti-gardeliana se hace trizas ante el acúmulo superabundante de datos examinados.
La incontrastable claridad del perfil genético masculino surge de la integración de tales elementos, los que resultan funcionales a la forma de ser y de obrar de Carlos Gardel; a su estampa, a su voz y a los soportes literarios y ambientales en que ella se desenvuelve, desarrolla y triunfa.

En Gardel reside uno de los prototipos del hombre rioplatense, el que por representarnos, aviva la continuidad de su luz, no alcanzada por el olvido.
De ahí la propiedad de reeditarse, venciendo al tiempo.


waltercelina@hotmail.com