domingo, 2 de noviembre de 2008

UN RELATO ANTOLÓGICO DE PINTÍN CASTELLANOS

¡QUÉ TRÍO:
GARDEL-RAZZANO-CARUSO!

Escribe Walter Ernesto Celina

Esta vez, mi encuentro con Pintín Castellanos, el autor de la milonga La puñalada, fue absolutamente imprevisto. Nos habíamos conocido en la década de los años sesenta, en el entonces Ministerio de Hacienda. Después, siendo jurados en los concursos del carnaval montevideano, departimos en incontables noches en el Teatro Municipal de Verano del Parque Rodó.
Ahora, en el Día del Patrimonio, caminando por frente a la Universidad, llegué hasta la esquina de 18 de Julio con Tristán Narvaja y enderecé hacia un espacio de la feria dominical, en un sábado ceremonial, en que hasta la calle Colonia, se abarrotaban libros nuevos y viejos. Era un día de celebración de lo perdurable.
Sobre un tapete negro, arriba del asfalto, aparecían varias obras. Un rayito de sol, pegaba en una tapa tomada por el tiempo, dominada por una foto casi familiar: la de Horacio Castellanos, conocido por todos como Pintín. Cabello negro peinado a la gomina, tez tersa y bigote fino. Siempre lucía esbelto, con impecable traje, camisa blanca y corbata al tono con la indumentaria.
Recogí el ensayo como quien vuelve a darle la mano a un amigo. Entre cortes y quebradas fue escrito en 1948 y es una pieza de anticuario en la tanguística, de muy especial valor.

Pintín había nacido en 1905 en Andes y Canelones, en el barrio céntrico capitalino. Cultivó deportes. Como pianista ejecutaba “de oído”. Su famosísimo tango milonga se escuchó en 1933 en un local nocturno de Carrasco, en el que se encontraba Ricardo Scandroglio, inspirador de “Pollo Ricardo”, creado por Luis Alberto Fernández.
Juan D’Arienzo, como tantas veces, vaticinó el futuro de esta música, correspondiendo a Rodolfo Biaggi la indicación de volcar sus notas hacia la milonga, forma como se abrió camino en el Plata y el mundo.

Del trabajo de Horacio Castellanos, subtitulado Candombes, milongas y tangos en su historia y comentario, extractaré lo sustancial de la nota XX, titulada Enrico Caruso... Gardel Razzano.
Antes, cabe decir, que Caruso es considerado el tenor dramático por excelencia de todos los tiempos. Había nacido en Nápoles hacia 1873. Falleció en 1921. Su fama comenzó a irradiarse por el mundo desde 1894. Más de 40 óperas integraron su repertorio, en especial, italianas. Las viejas versiones para el fonógrafo hacen pervivir su voz única en el género. La National Academy of Recording Arts and Sciences le galardonó con el Grammy, a título póstumo, en 1987.

El dúo rioplatense Gardel-Razzano conoció a Caruso, según Pintín Castellanos, de esta forma:
“...En uno de los primeros viajes realizados por Gardel-Razzano a San Pablo y Río de Janeiro, tuvieron una maravillosa sorpresa que culminó como nunca lo hubieran imaginado.
En el mismo buque, el “Infanta Isabel”, viajaba nada menos que Enrico Caruso. El inigualado tenor y notable artista italiano, pese a su prestancia, era amable y amplio de espíritu.
Gardel-Razzano fueron presentados al gran divo y este demostró interés en escucharles. Los criollos no se hicieron rogar y, una tras otra, fueron surgiendo sus canciones con sabor a campo. La emoción puesta en ellas conquistaron prontamente la sincera admiración de Enrico Caruso. Indudablemente para el gran cantante italiano aquellas melodías y entonación de voz, resultaban una agradable novedad. Las felicitación fue inmediata, abrazando cordialmente Caruso a los criollitos cantores. La emoción de estos fue lógica y profunda. No era para menos, que el primer tenor del mundo homenajeara a dos muchachos rioplatenses por sus interpretaciones; no dejaba de ser un timbre de honor.
El gran acontecimiento no paró ahí.
Enterado el pasaje de primera que, en el mismo barco viajaba el extraordinario tenor Caruso, en el espíritu de todos se albergaba el mismo deseo:¡Oírlo cantar! Pero esto, pese al pedido del capitán, no sucedió. Caruso no cantó para los pasajeros.
Aconteció algo más fantástico e increíble para muchos. El famoso tenor del mundo, insuperable e insuperado, cantó especialmente para Carlos Gardel y José Razzano.
Y, así fue que, una mañana, en el Salón de Música del Santa Isabel, Caruso invitó al dúo para ofrecerles una serie de romanzas y trozos de óperas, lo que a la postre resultó una delicia.
Solos estaban en el lujoso salón Caruso, el pianista, Carlitos y José. Fue un momento inenarrable e inolvidable, según expresiones del propio Razzano. Imposible de olvidar aquella voz maravillosa que así, tan cariñosa y espontánea, se brindaba a los amigos. Y, devolviendo -en parte- ese regalo artístico de la mágica garganta de Caruso, también surcaron el ambiente las expresivas notas de las canciones camperas, entonadas con profundo sentimiento y gusto por Carlos Gardel y José Razzano.
El arte se había fundido en dos distintas expresiones, pero en una misma y máxima emoción.”

.