jueves, 24 de abril de 2008

GARDEL, EL MÚSICO

Escribe Walter Ernesto Celina

INTRODUCCIÓN

Bajo este mismo título, Roberto Lagarmilla, periodista musical especializado del Diario “El Día”, de Montevideo, vertía el 24/VI/1975, estas interesantes referencias y juicios sobre Carlos Gardel:


UNA CARGA EXPRESIVA Y UN TIMBRE INSUPERABLES

“Los compositores uruguayos tendremos que reprocharnos, siempre, no haber sabido acercarnos a Gardel”, decía Alfonso Brocqua, en 1937, durante sus atractivas veladas celebrabas en su residencia de París.
Y añadía: “Nos hemos perdido para nuestra causa, a quien hubiera sido, sin ninguna duda, el más perfecto de los intérpretes de nuestra música vocal”. Estas palabras pertenecen, no sólo a uno de los preclaros pioneros de la música nacional uruguaya, sino a un brillante alumno de la “Schola Cantorum” de París.

Estas afirmaciones me han hecho meditar largamente sobre un fenómeno curioso: la escisión o el apartamiento voluntario que en estos países latinoamericanos se registra entre los cultores de la música “de distinto género”. Sin parar mientes en que un verdadero intérprete -y ¡en qué grado lo fue Carlos Gardel!- es capaz de hollar con igual eficiencia los caminos más diversos.

Brocqua tenía toda la razón. Pensemos, un instante, a qué altura de expresión hubiese llegado el “lied” de Fabini, interpretado por el cantor inmortal. Obras tales como “El poncho”, “Luz mala”, “Remedio” todavía están esperando a aquel intérprete integral, capaz de poner en evidencia toda esa carga emocional, ya dulce, ya amarga, que contiene, en potencia, la música que Eduardo Fabini escribió para los versos de Fernán Silva Valdés y del “Viejo Pancho”.

Como intérprete excelso, Gardel fue un verdadero recreador cuyo trabajo, que lógicamente sucede, en el tiempo, al del compositor, es en todo condigno en cuanto a percepción del todo y de las partes, del clima y del matiz.
Y no es extraño que en tal linaje de intérpretes, éstos puedan, sin pensarlo, hallar valores o matices que el propio compositor no tuvo en cuenta en el momento de la creación. Un gran intérprete suele ser como aquel que descubre pepitas de oro en el camino de tierra que alguien, antes que él, ha desbrozado, sin advertir su presencia.

Y ¡cuántas de esas pepitas y cuántos matices inesperados supo hallar Gardel, en tantas composiciones, un tanto desaliñadas o toscas, a las que elevó en alas del canto!
No sería exagerado decir que muchas de las canciones que impuso ante el público y que perpetuó en el disco, deben su permanencia al aporte personal de “El Mago”, sí, del taumaturgo capaz de revestir de rica pedrería y de devolver en tules mágicos, formas talladas toscamente en barro...
Eso es, indudablemente, la obra de un verdadero intérprete. Más, para serlo, es imprescindible ser músico.

Si Gardel sorprendió al mundo por su arte vocal, debemos buscar la causa en la confluencia de muchos factores: entre ellos -naturalmente- las dotes innatas. Pero, no debemos perder de vista la férrea voluntad de perfeccionamiento de aquel cantor que -mimado por el pueblo-, siempre se sentía en deuda con él, que “vocalizaba” largas horas sus ejercicios de canto; que acudía a escuchar directamente a los más famosos cantantes de ópera y a recabar la opinión de los más autorizados.

Mientras se han acumulado montañas de papel impreso en torno a su biografía, y se ha tratado de analizar minuciosamente todo lo relativo a su lugar de origen, poco o nada se ha escrito acerca del Gardel-Músico, en su aspecto como creador.
Es cierto que su aporte personal a la evolución del Tango no finca en aquellos aspectos instrumentales, formales o armónicos, que sucesivamente nos dieran otros grandes maestros.
Como cantante, era lógico que su impulso innovador procediese de la melodía vocal. Y en ese sentido, su figura es muy importante.
Sus piezas parecen trascender la dimensión convencional, para alcanzar los planos expresivos del mejor “lied” europeo.
Como comprobación de que esa música vale por sí misma, no tenemos más que evocarla, no a través de la versión vocal grabada por su autor; sino por versiones instrumentales más o menos fehacientes.
Y entonces, podremos sentir, en esos giros melódicos tan típicamente gardelianos, la huella inequívoca de un músico. Casi podría afirmarse que “Volver”, “El día que me quieras” o “Sus ojos se cerraron”, podrían sobrevivir por sí mismas, aun independizadas de “La Voz”, como Pedro Leandro Ipuche llama a la de Carlos Gardel.

Gardel no es -ni podrá serlo nunca- un mito; es decir, el objeto de una veneración transmitida oralmente de padres a hijos, sin una base segura de referencia.
Por imperfecta que haya sido la técnica fonográfica que fue puesta al servicio de “El Mago”, el surco del disco y la escala de grises de la faja cinematográfica han logrado apresar, si no con la totalidad del matiz, al menos la carga expresiva y el timbre, de aquel artista sin par.
El documento está a disposición de los pueblos. Centenares de millares de discos y de copias cinematográficas han llevado ese testimonio, a un enfrentamiento con todo lo que tantos “modernos” (casi siempre, sólo historiadores de micrófono...) imponen a las masas, desde el teatro y la televisión.
No recordamos ni admiramos a Gardel por “lo que nos contaron” o por lo que hemos podido apreciar fugazmente. Lo veneramos, cada vez más, porque, así como el amianto sale más puro cuanto ha sido sometido al fuego, el arte de Carlos Gardel logra sobrepasar todas las influencias más próximas, el efecto de los medios masivos de comunicación, las técnicas de registro más perfectas y los vaivenes inevitables de “la moda”, que rige los gustos del público.

Gardel, el Músico era así. No sin razón, pues, el pueblo coincide en esta afirmación que es un veredicto: “Por cierto, ¡canta cada vez mejor!.” Roberto Lagarmilla.

waltercelina1@hotmail.com

martes, 22 de abril de 2008

LOS GUITARRISTAS DE GARDEL

Escribe Walter Ernesto Celina

INTRODUCCIÓN

En la sección del diario “El Día”, de Montevideo, titulada Ochava mayor del tango, el 11 de marzo de 1979, el periodista Juan Carlos Vivas, bajo el título que viene de leerse, publicó una nota dedicada a músicos y compositores que participaran en la hazaña creativa gardeliana. Los siguientes son extractos significativos de dicho aporte. Contribuyen a exhibir aspectos del entorno del que Carlos Gardel se valió para proyectar su rutilante carrera artística.

INICIACIÓN E ITINERARIO

Juan Carlos Vivas ubica la aparición pública de El Mago hacia 1904, en que se presenta acompañado por su “viola”. Anota que sus primeras grabaciones serían de 1913. Recuerda sus éxitos con José Razzano, dúo al que se integraría Francisco Martino, autor de los éxitos Maragata (tango) y Soy una fiera (milonga). El trío evolucionaría por un breve período a la modalidad del cuarteto, con la incorporación del cuyano Saúl Salinas.
En 1913 el dúo Gardel-Razzano se acompaña con el guitarrista Emilio Bo, por escaso tiempo. En 1915 se incorpora el Negro José Ricardo, que se mantendría junto al dúo hasta 1929. Gardel, señala Vivas, siempre dispuesto a mejorar sus espectáculos, contrata en 1921 a Guillermo Barbieri. En 1928 ingresará José María Aguilar. Tras el alejamiento de Ricardo será incorporado Domingo Riverol, un guitarrista brillante. En 1931 Julio Vivas sustituirá a Aguilar, mientras que, en 1933, Pettorosi conformará el cuarteto de acompañantes con que La Voz actuará en Montevideo.

Gardel y sus guitarristas - New York - marzo 1935

SEMBLANZAS DE LOS GUITARRISTAS

Del siguiente modo Juan Carlos Vivas reseñó la trayectoria de los guitarristas con los que Gardel catapultó la forma musical del tango a la fama universal:
-José Ricardo, guitarrista de color, comenzó su carrera actuando en agrupaciones criollas. Tomó parte en el conjunto que participó repetidas veces en representaciones de Juan Moreira, que ofrecía la compañía de Muiño-Alipi, para pasar de allí a formar el trío con Gardel y Razzano, en 1915. El Negro se mantuvo junto a Gardel hasta mayo de 1929 y actuó con él en París. Posteriormente, en su segundo viaje a Europa, junto a su hermano -artísticamente conocido por Bronce- y Julio Reyes, se presentó en El Cairo, Londres y Roma. Falleció bordo del vapor Marsilia, cuando regresaba a su Buenos Aires, el 2 de mayo de 1937.

-Guillermo Barbieri fue el colaborador de más larga actuación junto a Gardel. Nació en Buenos Aires, en 1894 y, luego de actuar en dúo con Cardelli, durante varias temporadas en el Teatro Esmeralda (hoy Maipo), se unió al dúo Gardel-Razzano en 1921. Falleció el 24 de junio de 1935 en el trágico accidente de Medellín, habiendo sido autor de los siguientes títulos: Anclao en París, Viejo smocking, Incurable, Mar bravío, Quién tuviera 18 años, El que atrasó el reloj, Pordioseros, Idilio campero, Cruz de palo, Pobre amigo, La novia ausente, Preparate p’al domingo, Resignate hermano, Besos que matan, Barrio viejo, Cariñito, Viejo curda y Olvidao.
Lo que antecede, dice a las claras, de sus excepcionales condiciones de compositor, a las que unía las de ser un magnífico guitarrista.

-José María Aguilar nació en Montevideo el 7 de mayo de 1891. En dúo con su hermano Froilán, realizaron gran cantidad de espectáculos con la presencia de enorme número de asistentes. Luego comenzaron a acompañar a figuras tales como Rosita Quiroga, Ignacio Corsini y otros. Posteriormente, ambos hermanos recibieron el ofrecimiento de actuar en cuarteto con el “Negro” Ricardo y Guillermo Barbieri., acompañando a Gardel. Mientras Froilán no aceptó, sí lo hizo José María. Estuvo junto a El Mago hasta diciembre de 1930, para separarse del núcleo de tantos éxitos. Pero, en 1935, volvió a reunirse con Gardel en Nueva York, para cumplir la gira que terminaría en Colombia. Sobreviviente del accidente, falleció en Buenos Aires el 21 de diciembre de 1951.
Como compositor, cabe señalar, como sus obras de mayor éxito: Al mundo le falta un tornillo, Tengo miedo, Lloró como una mujer y la letra de Milonguera.

-Domingo Riverol actuó casi 5 años consecutivos junto a Gardel, a partir de 1930. Con Barbieri y Aguilar debutó grabando al lado de El Mago con el tango Juventud, el 20 de marzo de 1930. Como compositor dejó para la mejor historia de la música popular: Falsas promesas y Trovas. Falleció 2 días después del accidente de Medellín, a consecuencia de las heridas recibidas.

-Julio Vivas comenzó su actuación como músico conduciendo su propia orquesta en un café de la calle Corrientes, como ejecutante de bandoneón. Posteriormente, tuvo sus pasajes por orquestas de renombre como las de Antonio Scatasso y Julio De Caro. Vinculado a Guillermo Barbieri, hizo con este un dúo de campanillas (bandoneón y guitarra), logrando señalados éxitos en centros populares porteños. En septiembre de 1931 debutó como guitarrista de Gardel, al grabar éste el tango Anclao en París, para seguir en el grupo de acompañantes del cantor hasta noviembre de 1933.
Fue autor de varios tangos, entre ellos El olivo y Salto mortal, que grabara Gardel, y Mi rodar, Alma, Flor extraña, etc.
Falleció en Buenos Aires el 15 de junio de 1952.

-Horacio Pettorossi, oriundo de Buenos Aires, debutó como acompañante de Francis Martino, para luego actuar en empresas teatrales como las de Alipi-Muiño y José Podestá. Emigra y llega con su música a Europa y Asia, interpretando en París, con su propia orquesta, el tango Plegaria.
En 1933 se integró al grupo de acompañantes de Gardel, formando un cuarteto que hizo época, con Barbieri, Riverol y Vivas. Debutó con el tango Sueño querido, en enero de 1933. Culminó su trabajo en el conjunto en noviembre del mismo año, luego de grabar Madame Ivonne, último registro de Gardel en Buenos Aires.
Como autor, son de su pluma: Lo han visto con otra, Galleguita, Silencio, Esclavas blancas, Angustias, Fea, Acquaforte, cantadas por Gardel y otras, grabadas por su propia orquesta.
Finaliza Juan Carlos Vivas su nota con éstas interrogantes: ¿Podía el máximo cantor tener a su lado mejores músicos y excepcionales compositores? ¿Podemos acaso no pensar en ellos cuando comienzan las primeras notas de las interpretaciones de El Mago?
Y responde: Los títulos citados y lo que a diario llega a nuestros oídos son testigos, más qué elocuentes, de lo que significaron en la música popular rioplatense.

waltercelina1@hotmail.com

domingo, 13 de abril de 2008

GARDEL Y LA VOLUNTAD DE PERFECCIÓN

Escribe Walter Ernesto Celina

INTRODUCCIÓN

Roberto Lagarmilla ejerció su magisterio periodístico como comentarista musical desde el Diario "El Día" de Montevideo.
Atento observador de las manifestaciones de este arte, dedicó a Carlos Gardel algunas consideraciones poco frecuentes en su época.
Ellas tienen que ver con la voluntad perfeccionista con la que empeñara sus esfuerzos “El Mago”.
Bajo el título: “Carlos Gardel, el cantor inmortal”, Lagarmilla sostenía estos conceptos, el 23 de junio de 1974:

¡CANTA CADA VEZ MEJOR!
“Treinta y nueve años después de su desaparición física, Carlos Gardel continúa viviendo en el corazón del pueblo. En verdad, este hecho irrefutable debe reconocer bases muy sólidas: ya que “El Mago” alcanzó a dejar grabada su imagen y su voz en la cinta de celuloide y en los surcos del disco.
Y ese documento lo preserva de que su nombre y el recuerdo de su arte se transfiguren en una mera leyenda. No: con Gardel sucede todo lo contrario. A medida que surgen y pasan nuevos valores en la interpretación vocal, vamos descubriendo, cada vez con mayor claridad, las razones de su supremacía; y lo hacemos apoyados en la reiterada audición de sus registros fonográficos y en las fajas sonoras de un cine que, aún todavía imperfecto, alcanza para dar idea clara de una fortísima personalidad artística.

La ocasión es propicia para que nos hagamos plenamente solidarios de algo que un gran maestro uruguayo, el tenor Augusto De Giuli, está predicando desde hace tres décadas. En efecto: siendo conocedor de todos los resortes de la fonética y del arte del canto, De Giuli es y fue admirador de Carlos Gardel. Y, a ese respecto, nuestro tenor nos cuenta cómo “El Mago” se preocupaba incesantemente de perfeccionar su técnica vocal.
No fue un cantante fortuito; sino un artista plenamente conciente de su misión. Y a medida que su prestigio crecía entre las masas, Gardel redoblaba sus esfuerzos por lo que -él decía- “ser digno de la fama”. Y cuenta, De Giuli, con qué ahinco, Gardel concurría a los conciertos líricos, a las óperas y a las zarzuelas, con el fin de estudiar, en vivo, los resortes de la emisión vocal, la impostación y la dicción.

Gardel fue duro consigo mismo; y su historia está jalonada de verdaderos sacrificios en pro de un técnica vocal cada vez más depurada.
Pocos saben, en efecto, que aquélla voz y aquella palabra cantada, que con tanta “naturalidad” fluían de su sus labios, constituían el ansiado término final de un camino áspero por las disciplinas de la vocalización y la emisión. Y si es cierto que Gardel nació músico y que fue un predestinado, no lo es menos que la afinación cabal de sus virtudes fue obra de una educación consciente y completa. Por eso, De Giuli insiste, ante quienes deben velar por la educación de la voz (imprescindible no sólo para el cantante sino para todo aquel que deba hacer uso de la palabra), que esas disciplinas deben ser impartidas por verdaderos maestros.

“El cantor indudablemente nace; pero sólo se hace, por un sostenido estudio” nos repite, incesantemente nuestro amigo tenor, cuya voz se conserva maravillosamente fresca, afinada y clara, después de haber pasado, de lejos, la barrera de los ochenta años.
Conociendo, pues, uno de los resortes técnicos del arte de Carlos Gardel, lejos de ver disminuir su figura, se nos presenta enaltecida. A las dotes naturales, supo unir la voluntad de perfección.
Algo de esto intuye el pueblo, cuando, al cabo de centenares de versiones de obras populares, se enfrenta a la voz de Carlos Gardel. Y por algo, también, ha cifrado su opinión en una frase, por demás elocuente dentro de su sencillez: “¡Canta cada vez mejor!”.