Escribe Walter Ernesto Celina
walter.celina@adinet.com.uy - 08.06.2012
LAS CRÓNICAS DE JULIO
CÉSAR PUPPO
El periodista Julio César Puppo
desgranó desde sus páginas periodísticas escritos que pueden valorarse
como piezas costumbristas, entroncadas
con sucesos de la vida real. La originalidad de su sesgo consistió en trasladar
a la literatura vivencias, sucesos, historias que laten en los estratos
sociales humildes, en el corazón mismo del arrabal montevideano. Su pausada producción
fue mirada como de soslayo, al entrar en ámbitos no frecuentados por escritores
convencionales, más próximos a los halagos dispensados por una sociedad proclive
a ciertas formas de pacatería.
Puppo adoptó el pseudónimo de “El Hachero”, para aludir a quien hace
una intrusión fuerte en la prosa convencional, como en el fútbol lo realiza el
jugador que orilla el reglamento. Y así, desafiante, entró a la liza, seguro de
su mensaje. Tan rica paleta pudo ser recogida, -felizmente- en la colección
uruguaya conocida como “Bolsilibros de
ARCA”, a mediados de la década del 60, cuando moría. Uno de sus libros está
prologado por un notable humorista, escritor y artista, de envidiable
trayectoria: Jorge “Cuque” Sclavo.
La nota que ha de leerse es algo distinta de otras, donde muestra la
sensibilidad casi callada de individuos que van tras la evasión de su congoja
existencial. Aquí, tocando la historia, lleva al lector a revivir la instancia
suprema en que Carlos Gardel, conjuntamente con José Razzano, irrumpen en el mítico Teatro “Royal”.
La sala de varieté, se situaba a mitad de cuadra, en la calle Bartolomé Mitre,
entre Reconquista y Buenos Aires, dando por frente a la manzana del Teatro “Solís”. En los años 50 devino en el
Cine “Indú”, que exhibía films
picarescos. Desmantelada su ruinosa estructura, se convirtió en un predio para
estacionamiento de dependencias judiciales.
Importa destacar que el mural callejero
que anunció a los cantantes los mostraba al centro, en foto de medio cuerpo.
Las 4 líneas horizontales superiores, destacan: ROYAL - Viernes 18 - Importante debut - DUO NACIONAL. Abajo: Gardel
- Razzano. En forma vertical: Estilos,
Cifras - Tonadas, Canciones.
Así reconstruyó “El Hachero” los hechos que condujeron a
la presentación de Carlos Gardel, aquel viernes 18 de junio de 1915.
¡CANTANTE OTRA,
CARLITOS!
“Un grito de guerra, nacido en los
cafetines de los suburbios y que se extendió rápidamente a otras actividades
con las características de un refrán popular, señala una etapa en la historia
de la canción criolla. Era este: “¡Cantá, Medina, cantá!” y se originó así:
Juan Medina, payador en la época en que los había muy buenos, era un obrero
gráfico que, ni bien había parado las últimas letras en el taller de “El Día”,
ya de madrugada, salía con la guitarra colgando del brazo a cantar su
desesperanza de muchacho enfermo en los boliches del “Bajo”. Payadas de
contrapunto, en las que se jugaban el honor y el amor propio del cantor, le
habían valido una gran ascendencia popular. Pero ya la tisis, muy avanzada, le
estrangulaba la garganta y apenas si podía modular un verso. Era entonces que
sus consecuentes partidarios lo alentaban con la expresión que se hizo popular:
“¡Cantá, Medina, cantá!”, sin pensar que con esa frase estaban caracterizando
la culminación de un ciclo. Pues mientras por un lado se estaba atento a eso,
por otro lado se estaba gestando el advenimiento de una nueva etapa: la del
cantor o intérprete, que sustituiría al payador, o repentista, en la
predilección del pueblo.
La cosa empezó así:
-El “tambo” marcha mal -había dicho Visconti Romano, empresario del
Teatro Royal, a su colega Manuel Barca-, el “tambo” necesita números de
atracción. Vete a ver si los consigues en Buenos Aires.
Y Manuel Barca, que por algo había merecido el calificativo de “Rey de
los empresarios”, embarcó esa misma noche. Era en el invierno de 1915. Allá, se
pone en contacto con gente del oficio. Robrero, el popular bailarín de pase
corrido y ocho cruzado, de la Compañía
Vittone , lo conduce al Teatro Nacional, donde hacía sus
primeras presentaciones un dúo criollo, cuyo nombre no decía nada todavía:
Gardel-Razzano. Acompañaba en la guitarra el negro Ricardo.
La cosa había comenzado y ya nadie la detendría. Se citan para la salida
en un café cercano. El primero en
aparecer es Razzano, ya entonces encargado de la administración. Oye la oferta
sin poder creerlo.
-¿No se reirán de nosotros? -pregunta aturdido.
Teme al público uruguayo, que considera muy exigente.
-¡Por eso, el triunfo va a ser más grande! -contesta Barca, lleno de fe. En
eso llega Gardel. Es un mozo gordo, redondo. El sobretodito marrón,
pespunteado, le llega apenas hasta la rodilla; era la moda gacho blando, con el
ala caída sobre el ojo; bufanda rayada, blanco y negro. Todo él irradiaba
simpatía.
Enterado de la proposición, se muestra lo mismo que su socio, incrédulo
al principio. Escucha con atención pero es mucho su temor al fracaso. Lo
confiesa resueltamente, seriamente: -¿Al menos tendremos para volver a Buenos
Aires?
Es una frase histórica. Pensaba si conseguirían para el pasaje en aquel
tiempo, que costaba tres pesos ida y vuelta, con derecho a cena y desayuno.
Había gente que hacía el viaje nada más que por comer. Sin embargo estos
muchachos se inquietaban ante la incertidumbre. Es que una experiencia muy dura
pesaba sobre ellos. Y Barca, que también
había sido educado en la en la rigurosa escuela de la calle, lo entendió
en seguida.
-¿Cuánto quieren ganar?, les pregunta.
Los hombres se miran entre ellos, meditan un instante, al cabo del cual
se expide Razzano:
-Con franqueza, dígame: ¿cincuenta pesos por día es mucho pedir? Se
trataba de pesos argentinos.
-¡Uds. no saben lo que valen!, contesta Barca sensiblemente conmovido. Y
el trato quedó cerrado
No sabían lo que valían y hubieran demorado mucho o quizás no habrían
llegado nunca saberlo si no es por Manuel Barca. Corresponde pues, que se le
reconozca. Eran por entonces dos modestos cantores que hacían sus primeras
presentaciones “en serio”, en el teatro, ante el público porteño.
Su actividad se había iniciado en marcos muy humildes. Cafetines de
arrabal y pulperías de campaña, donde levantaban un tabladito con las propias
mesas y recibían como compensación el producto de una rifa, organizada por
ellos mismos, de una botella de coñac o vermut. De este modo, el recibimiento
que les prodigó Montevideo les llenó de asombro, de pavor.
La ciudad estaba prácticamente empapelada con el retrato de ambos,
pañuelo al cuello y gachito cantor, cuando el barco atracó a muros. Con las guitarras colgando del brazo, los conducen
a desayunar al Café “Bom Marché”, en Florida y Soriano, bajo la intensa lluvia
de aquella fría mañana. Al observar la
bienvenida que les daban los muros llenos de carteles, Gardel se sintió, una
vez más, apabullado. Era como un sueño hermoso.
-Che Barca ¡van a creer que soy un Caruso!, protesta amigable.
-¡Te aseguro que lo sos!, lo alienta Barca.
Y esa misma noche hacen una exhibición en privado. La sagacidad de
Manuel Barca no ha olvidado ningún detalle. Ya Vicente Salaberry, periodista
inquieto por la cosa popular, ha publicado en “La Razón ” un extenso reportaje.
Se va fomentando la expectativa, y esa noche en la sala del “Royal” actuarán
para la prensa y autoridades.
Están presentes el Jefe Político, Sr. Sampognaro; el Sr. Oficial 1ro. de
la Jefatura ,
Antonio Sanguinetti; los críticos teatrales Cyro Scoseria, “Bebón” Blixen,
Eduardo Dualde, Ulises Favaro, Ángel Méndez, Julián Nogueira, y los Sres. Enrique
y Roberto Aubriot, Dr. Penco y E. Antuña. La cosa empezó a las seis y media y
terminó a las ocho y media.
El día del debut no cabía un alfiler en el Teatro “Roya”l. Con precisión
cronométrica, Barca me relataba hasta los menores detalles de esta jornada,
inolvidable para él. Empieza el dúo con La Pastora , de Salinas y sigue Razzano con una de
aquellas cifras suyas; vuelve Gardel con El Pangaré… El público delira de
entusiasmo; realmente está en presencia de algo excepcional. Y ya entonces se
oye por primera vez el grito que sería clásico y que vendría a señalar el
comienzo de una etapa nueva:
-¡¡Cantate otra, Carlitos!!
El público lo ha hecho su amigo y lo tutea y lo aclama como a un ídolo.
Es la una y pico de la madrugada y todavía no se han desocupado las
localidades del teatro. En su camarín Carlos Gardel está llorando cuando entra
Barca a felicitarlo.
-Hermano Barca, -musita apenas, ahogado por la emoción- todo…todo esto
te lo debo a vos…
Así fue el debut de Gardel en Montevideo, lo que importa mucho, porque
señaló su primer gran paso, decisivo hacia la celebridad. Ya no se detendría
más. Así se apagó el eco de aquel grito de guerra nacido en los bodegones de la
orilla, cediendo al que señalaría el ocaso del payador, el advenimiento del
cantor: “¡¡Cantate otra, Carlitos!!”.-
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