No es frecuente el ingreso a la literatura novelada de los grandes artistas, respecto de los cuales se publican biografías, ensayos y, en menor medida, memorias.
El caso de Carlos Gardel, prototipo del intérprete rioplatense del tango, escapa a tal consideración.
Han de cumplirse 77 años de su muerte, cuando la tragedia sacudió el campo de aviación de Manizales, en Colombia.
Sus interpretaciones imperecederas trascendieron los añejos discos de pasta, para proseguir la difusión en todas las versiones tecnológicas subsiguientes.
Su música, sus tangos de prosapia arrabalera, sus canciones tocadas de poesía, se cantan, se silban y tararean por doquier. Las voces más encumbradas del canto lírico universal descubren con admiración los registros de El Zorzal.
Tal vez, esta rarísima constante constituya una explicación posible para que Gardel sea hoy materia de trato literario.
La editorial Random House Mondadori acaba de lanzar en Buenos Aires 5.000 ejemplares de El alma de Gardel, del escritor uruguayo Mario Levrero.
No me detendré en los variados títulos en los que Carlos Gardel es centro en escritos novelados, que abarcan -al menos- los 25 años finales del siglo anterior.
El foco ha de ser la personalidad de Mario Levrero, la peculiaridad de su estilo y la forma de traer al ruedo a El Mago.
Sobrio en sus modales. Breve en cordialidad. Con rasgos de introversión o, más que eso, de sujeto volcado a una ebullición interior. Había nacido en 1940, en la otrora Tacita de Plata. Tenía mucho de trotamundo. Vivió en Colonia, Piriápolis, Rosario, Buenos Aires y llegó a Burdeos. Fotógrafo, librero, humorista, editor, profesor de talleres literarios.
Hacia 1985 Buenos Aires, la gran madre de adopción en el Río de la Plata, lo acoge, reconoce su talento y catapulta su producción.
El alma de Gardel es de 1996. Su labor autoral supera los 25 títulos. Gelatina es de 1968; La ciudad y La máquina de pensar están escritas en 1970; Los carros de fuego en 2003. Fallecido a los 64 años, en 2004, son editadas La novela luminosa, 2005; Irrupciones, 2007; Trilogía involuntaria, 2008 y, en 2010, La banda del Ciempiés.
Las señoras de la biblioteca, a las que les roba un paraguas; aquel hombre extraño y lo que dice; cómo cae la lluvia, cómo escudriña a los visitantes, son algunos elementos de la composición. Julia, Caorsi, Gardel, las ancianas y el mismo Levrero están en escena.
En un momento, el personaje manifiesta algo así:-“Llamaron a la puerta, y cuando miré por el visor no había nadie; no me sorprendió, porque nunca puedo distinguir entre la chicharra de la puerta aquí en el tercer piso (donde lo conocí, agrego. W.E.C.), y la del portero eléctrico. Cuando llaman a la puerta de calle tengo por norma no atender. Los que me conocen saben que tienen que llamar por teléfono antes de venir, porque yo hago muchos de mis trabajos en casa y saben que no me deben interrumpir. Por otra parte, no tengo interés en conocer gente nueva, y menos…”
-“Con todo, me asomé al balcón y miré hacia la calle…” Este instante revive algo de lo que presencié en aquel piso de Soriano 936.
¿Y de Gardel?
No entro a la trama. Tomo sólo una piedrita de arena:
-Aquel hombre con aspecto de loco “vió en la biblioteca que yo tenía, entre otros, un par de libros que hablaban de Gardel; se me acercó y me empezó a hablar…”
-El sujeto manifestaba: “Gardel sólo quiere elevarse, que lo dejen en paz para elevarse. Hace mucho tiempo que está atrapado en la zona inferior, reclamado continuamente por los que escuchan sus discos y gente como usted, que estudian su vida. Todo eso lo tira hacia abajo…”
La imagen surrealista tiene una pincelada, no final:
-“No sé si era él, pero me pareció que era él, tocando el timbre allá abajo, y me fui al dormitorio, me acosté y me quedé dormido.”
Puede sostenerse, a todo esto, que un Carlos Gardel redivivo es objeto privilegiado de la literatura rioplatense de vanguardia.
La sonrisa que cinceló el tango, ocupa un nuevo proscenio.-
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